La sangre de los protomártires de la Independencia; la sangre vertida por los valientes guerrilleros; la sangre derramada por las heroínas Cochabambinas; el sangriento y valor de todos los héroes que lucharon y ofrendaron sus vidas por la libertad, se hizo realidad con la fausta fecha del 6 de agosto de 1825.
Ganadas las dos brillantes batallas de Junín, el 6 de agosto de 1824, contra las fuerzas del general Canterac y la batalla de Ayacucho contra las fuerzas de La Serna, el 9 de diciembre de 1834,las mismas que significaron triunfos transcendentales y quizás definitivos en la causa de la libertad, todavía defendía la corona de España, el general
Pedro Antonio Olañeta a quien el general Sucre, mediante el emisario Elizalde, le propuso que desistiese de tal propósito y una vez reconocida la independencia por las autoridades tal propuesta rechazó Olañeta y pidió un armisticio de cuarenta días, lo que el general Sucre rechazó enérgicamente.
Carlos Medinaceli a la cabeza de la vanguardia “Chichas”, se sublevó contra Olañeta, por no haber aceptado éste, de abandonar la guerra. Se trabó el último combate de los quince años de guerra, en Tumusla, el 2 de abril de 1825, durante cuatro horas en el que cayó mortalmente herido el general Olañeta, siendo ésta la últimas acción de armas por la libertad.