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LOS BORBONES EN AMÉRICA (SIGLO XVIII)

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La demarcacion territorial de las colonias, después de las reformas emprendidas en España por Carlos III.Mapa del libro Historia de América










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Carlos III Rey de España entre 1759 y 1788, sucedio a Fernando VI. Fue rey de Sicilia y Nápoles entre 1734 y 1759. Fue un gran reformador que quizo doptar los propósitos de la ilustracion española para las colonias de América Retrato pintado por Francisco De Goya entre 1766 y 1788.


*MARIA EUGENIA DEL VALLE DE SILES

Licenciada en Historia, Universidad de Chile. Recibió la condecoración CONDOR DE LOS ANDES autora de varios libros sobre la rebelión de Tupac Catari.

En general, la vida colonial en el Virreinato del Perú y, sobre todo, en Charcas había experimentado escasos cambios desde fines del siglo XVI. El sistema administrativo se había consolidado plenamente desde las reformas del Virrey Toledo, y el Estado Colonial, tanto en el aspecto político como en el económico, municipal y social, no había mostrado cambios muy notorios.

Con el siglo XVIII, en cambio, coincidiendo con la extinción de la familia habsburga y la entronización de la nueva dinastía borbónica, las cosas tomaron un giro muy diverso especialmente en la segunda mitad de la centuria.

Con los nuevos reyes, el régimen absoluto de los Austrias subsistió íntegramente. El monarca siguió siendo la figura central, solo que ahora el casamiento político jurídico de la monarquía dejaba de ser la tradicional corriente jurídico castellana, tan bien definida por los pensadores políticos del siglo de Oro, para afirmarse no ya en el europeo Derecho Divino de los Reyes, sino en los postulados de la nueva filosofía ilustrada o iluminismo, que en el campo político se manifestarías con las doctrinas del Despotismo Ilustrado.

El rey siguió siendo la figura central, solo que ahora no lo asesorarían los clásicos “validos” (Lema, Olivares, Uceda…) sino otros personajes tan poderosos como ellos pero legalizados u oficializados como Ministros de la Monarquía. Esto explica porque los primeros Borbones manifestaron la misma indolencia de los últimos Habsburgos.

Sin embargo, el deseo de establecer reformas para superar la decadencia de los últimos decenios del siglo XVII, que también se manifestó en las Indias, convirtió el antiguo consejo de Estado en un conjunto de secretarias del Despacho Universal. Una de ellas la de Marina e Indias, con sus departamentos de Gracia y Justicia, Guerra, Hacienda y Comercio y Navegación, empezó a intervenir en América permitiendo que los ministros de la administración peninsular o secretarios de estado intervinieran como no se había realizado jamás en los tiempos anteriores en los asuntos de Indias. Esto significo lógicamente la anulación del Consejo de Indias, organismos que recibió por ultimo un golpe de gracia con Carlos III que traslado oficialmente la mayor parte de sus funciones a la Secretaria de Indias nombrada anteriormente.
Con Carlos IV se le devolvieron algunas tareas al Consejo, que no logro, sin embargo, recuperar su antigua importancia. En 1812 se extinguió por decreto de las Cortes de Cádiz, subsistiendo sin embargo en los papeles hasta 1823, cuando en realidad ya no importaba a nadie en una América casi enteramente independiente.

Con aquellos Ministros eficientes y muy preparados en los nuevos métodos racionales, aunque muchas veces carentes de menor noción de la tradición y de la mentalidad española o colonial, los Borbones realizaron numerosas reformas en España y en las Indias, especialmente bajo el reinado de Carlos III, el mas importante de aquellos monarcas.

Con ello, la Península pudo renovarse e intervenir nuevamente en una activa política internacional que le permitió defender sus intereses en Europa, en el Mediterráneo y en América, donde, incluso, extendió sus dominios sobre California llegando hasta San Francisco gracias a la acción de los misioneros jesuitas y franciscanos. Ocupó, asimismo, Texas y Arizona.

Seguramente, el mayor problema de política colonial lo tuvieron los Borbones en el Río de La Plata. Portugueses y paulistas (criollos y mestizos propiamente brasileños) intentaron a lo largo del siglo XVIII extender sus dominios –violando el Tratado de Tordesillas- hasta el Río de La Plata. En 1680 habían fundado ya la colonia de Sacramento.

Los conflictos hispano –lusitanos se vieron siempre agravados por la intervención de los ingleses quienes aprovechaban los avances portugueses para efectuar un activo contrabando con las colonias españolas del Río de la Plata, Charcas, Perú y Chile. Para contrarrestar estos avances portugueses, los españoles fundaron Montevideo, tomando y perdiendo sucesivamente la colonia de Sacramento. Solo se puso fin a este conflicto en 1777 cuando, después de la intervención de la armada de Cevallos que seria después el primer Virrey del Río de la Plata, los portugueses debieron retirarse hacia el norte creándose con el Tratado de San Ildefonso de 1777, la Banda Oriental del Uruguay, a cambio del reconocimiento español de los avances portugueses en los antiguos dominios jesuíticos de Paraguay.

Por otra parte, subsistiendo todavía el Derecho Dinástico y la Política de Matrimonios, se produjeron a comienzos del siglo XVIII algunas vacancias que originaron las famosas guerras de Sucesión. Estas se iniciaron con la falta de descendencia de Carlos II y la desaparición, por tanto, de la rama Habsburga-española junto a las pretensiones de aquel trono por parte de los Borbones franceses y los Habsburgos austriacos. Felipe de Anjou era nieto de Luis XIV y el Archiduque Carlos era hijo de Leopoldo de Austria.

Antes de morir, Carlos II prefirió como sucesor al de Anjou. España lo reconoció y en 1701 entró a Madrid Felipe V Borbón. El comercio español se abrió entonces a Francia, lo mismo que el asiento de negros en América. Las dos monarquías siempre en pugna se unieron en una dinastía, lo que produjo el resquemor del resto de Europa y en consecuencia, una sucesión interminable de guerras que solo se suspendieron temporalmente con el Tratado de Utrech de 1713. El gran vencedor resulto ser Inglaterra que logro volver al sistema del equilibrio europeo imponiéndose como la más poderosa monarquía de entonces.

La Corona británica obtuvo de España, Gibraltar y Menoría en el Mediterráneo, el asiento de negros y el “navío de permiso” en América.

España había perdido su categoría de potencia de primer orden, puesto que hubo de ceder los Países Bajos a la Casa de Austria, así como las posesiones italianas de Milán, Nápoles, Cerdeña y Sicilia. Pudo conservar las Indias occidentales, pero en Europa quedó excluida de las grandes cuestiones políticas.




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