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LITORAL CAUTIVO Tú vendrás a mi casa que es la tuya Aquí habitan el silencio y la distancia las gaviotas no alcanzan ni con la mirada el calor y la floresta. Su vuelo está cortado como corta el cielo la montaña solitaria. Sólo el sueño lejano y olvidado surca el mar desconocido como un huérfano abandonado en mitad de su tristeza. La sal de mis venas y el ímpetu de mi anhelo tiene, sin embargo, el sabor de las olas que pugnan por romper el muro de la sinrazón que separa, de un tajo imaginario la raíz del follaje florido que recorre el universo sin fronteras. Litoral irredento, gota a gota en el desierto vierte lágrimas que buscan a la madre en medio de su angustia secretos surtidores que llegan hasta mi umbría nostalgia de selva privada de mar, luego de abiertos horizontes que no tenga mordaza ni reconozca derecho a la fuerza y al escarnio. No hay límites que puedan privarle a la brisa de caracolas mojadas en playas lejanas, más allá de las montañas, hermanarse con el céfiro caliente de selvas y montañas, que trema en nuestras venas y se vuelve aire de ardiente esperanza que hincha el pulmón universal como velamen abierto a la libertad infinita de surcar la historia sin temores. Mar nuestro, arrebatado cada día, al niño que navega barquitos de papel en sueño de capitán venciendo a las tormentas y descubriendo la luz eterna de la felicidad a rienda suelta, sin límites, ni tratados ominosos que le han puesto una pared a la vida, despertando el odio y la discordia. Yo canto al mar que no se detiene con grilletes ficticios y absurdas fronteras. El mar no tiene dueños es nuestro y de todos como nuestros son los ríos-surtidores que le dan nacimiento ¿Quién ha de quitárnoslo? ¿quién? ¿Si es la esencia que vierte nuestro destino natural en geografía sin fronteras? Si en cambio les privamos de la sal y del agua, arrebatándoles esa fuente fabricaríamos un mar para adentro y dejaríamos un desierto infinito en el que agotarían su injusta soberbia, insolada y solitaria. Mas no es venganza lo que nutre nuestro anhelo Como la arena, las leyes nacidas de la guerra, se harán polvo del olvido el día en que el amor y la justicia se apiaden de este mundo. Entonces, Litoral, vendrás a mi casa vestida de amapolas celestes más pronto de lo que sospechan quienes te han condenado al cautiverio, comerás en mi mesa el banquete del reencuentro feliz reconocerás en mi voz tu propio aliento como el hijo pródigo que trae el mar y los peces para nutrir a los suyos de alegría y de risas para siempre. |
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