Mi bandera es un tríptico glorioso: roja es la indignación que no se abate, roja la sangre tropical que late en impetuoso himno de amor o canto de combate.
Es el rojo del vino que triunfante impera en el mundo fugaz de la quimera que sacude los nobles entusiasmos. Y rojo es el amor que regenera e idealiza el placer y sus espasmos.
Roja es la entraña en que la vida vive, rojas son las visiones de la gloria, es rojo el resplandor de la victoria, y roja la venganza que revive a la sangrienta luz de nuestra historia.
Son rojos los crepúsculos y las auroras y rojas las enseñas redentoras, y los amates labio que nos besan y los labios piadosos que a Dios rezan por como vivo resplandor de la hoguera, lace una lista roja en mi Bandera!
II
Amarillo es el diáfano torrente del oro luminoso que derrama sobre la tierra, el sol resplandeciente y en vigorosa gestación inflama el polen, el instinto y la simiente.
Amarillo es el sol, padre del día, al que su culto y fe nuestros mayores tributaron con moble bizarría, y que en la incaica estirpe todavía destella sus gloriosos resplandores.
Amarillo es el oro deslumbra y en los joyeles sus cambiantes trema, y que es faro universal que alumbre, a la humana progenie que vislumbre en su conquista la ilusión primera.
Amarillo es el grano que revienta entre la rubia espiga que florece y convertido en pan nos alimenta y el ministerio eucarístico sustenta, cuando en la hostia consagrada resplandece.
¡Y como el sol en la celeste esfera, el amarillo luce en mi Bandera!
III
Adoro el verde; es la opulencia de las vírgenes selvas tropicales, que al soplo de los besos estivales desatan su feraz magnificencia en soberbias estrofas inmortales.
Verdes son los simbólicos laureles, Rima el verde movible entre las ondas de los arroyos, plácidos rondeles; y en los gráciles tallos de la frondas se recortan en trémulos caireles.
Verde es el manso río que las faldas de los floridos montes fecundiza y son sus linfas que la luz irisa, cual coral de bullentes esmeraldas, que entre leves espumas se desliza.
¡Y el verde que engalana la pradera, ondula victorioso en mi Bandera!
Adoremos el símbolo glorioso, que en luminosa proyección derrama como raudal vibrante y armonioso, gérmenes de pasión que él generoso de amor, de patria en nuestra vida inflama.
El ritmo de la luz en sus colores tenga le excelsitud de una apoteosis despierte nuestros líricos amores, pues no surgen impulsos redentores sin ambición, ensueños o neurosis.
Adoremos el símbolo, adoremos nuestro emblema con noble reverencia y ante su altar con devoción oremos; que si han muerto los dioses, aun tenemos una amable deidad en la conciencia.
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