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EL OCASO DEL IMPERIO

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Francisco de miranda, el inspirador y luchador incansable de la primera república venezolana.










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Luchador por la independencia Uruguaya.

ASI SE DESMORONO EL IMPERIO DONDE NO SE PONIA EL SOL


Mariano Baptista Gumucio

Historiador. Autor de “Otra Historia de Bolivia” y numerosas obras de geografía, pedagogía y ensayo.

Apenas Cristóbal Colón puso pie en tierras de América estableció una relación de fuerza con los nativos que encontró en esos días aurorales. Sembrando así la semilla de la rebelión que estallaría en sucesivos conatos y luego en la interminable Guerra de Independencia, tres siglos después.

LAS IDEAS

“Las causa de la libertad de América tiene su asiento en todas partes”. El tambor Vargas

Aunque la historia registra movimientos de resistencia de los pueblos indígenas en diversos periodos, desde México hasta Chile, el documento mas lejano de rebelión franca al Rey de España. Procede de otro español, Francisco de Carvajal, lugarteniente de Gonzalo Pizarro, hermano mayor de Francisco, de quien actuaba como maestro de campo. “El Demonio de Los Andes” empujo a Gonzalo, luego de la muerte del Virrey Núñez de Vela, y cuando ejercía el mando sobre el Perú, a que fundara un reino propio. Alegando que ya no habría perdón, de España empujaba al analfabeto Gonzalo a que se alzara y se hiciera llamar Rey creando una “nueva Corte con títulos de duques, marqueses y condes, como los hay en todos los reinos del mundo, que por sustentar y defender ellos sus Estados, defenderán el de vuestra señoría” Pizarro y Carvajal pagaron su alzamiento con sus vidas y como derivación de esa lejana guerra civil española se funda la ciudad que nos cobija.

¿Cuáles fueron las ideas fuerza que movieron a los indígenas y a los levantiscos criollos a lo largo de tres siglos? En el Perú, a partir de la predica de Bartolomé de las Casas y de los “Comentarios Reales” de Garcilaso de la Vega, se fue difundiendo el mito del Incario como la “Edad de Oro” al que sucumbieron desde el venezolano Francisco de Miranda, hasta los argentinos Mariano Moreno, Manuel Belgrano y Martín de Güemes. Curiosamente Vicente Pazos Kanki fue, pese a su origen quechua, un impugnador de los incaístas.

En España habían surgido antes voces como las de los padres Luis Molina, Francisco Suárez y Juan de Mariana, máximos representantes del humanismo católico peninsular, quienes reivindicaban la soberanía depositada en la comunidad de los hombres. A ellos habría que añadir el pensamiento de Fray Francisco de Vittoria y Martín de Azpilkueta, todos ellos del siglo XVI, algunos francamente regicidas, y cuyas obras se conocían y discutían en la Universidad San Francisco Xavier y otros centros de estudio superior del continente. Posteriormente los jesuitas expulsados en 1767 difundieron en Europa el derecho de los americanos a formar gobierno propio y la “Carta a los españoles americanos” del arequipeño Juan Pablo Viscardi Guzmán es quizás el aporte mas contundente del exilio ignaciano sobre la situación de América y la necesidad de la independencia.

Jaime Sudáñez se hizo eco de ella en su “Catecismo político cristiano”. Tanto habían cundido las ideas de estos sacerdotes que el bajo clero, casi en forma unánime, apoyo a los patriotas en la guerra.

Otra vertiente ideológica fue sin duda la del Liberalismo, tanto en su frente norteamericana como española, inglesa y francesa. El establecimiento en 1777 de la unión de las ex-colonias británicas, y un año mas tarde la firma de la Constitución Republicana con un gobierno autónomo, a la cabeza de Washington, tuvo gran influencia en el sur, particularmente en México. Miranda y después Bolívar quedaron asombrados cuando visitaron la nueva República. Pazos Kanki tradujo por primera vez al español el “Common Sense” de Thomas Paine, opúsculo de 47 páginas, el documento que más influyo en la revolución norteamericana, pero de “repercusión prodigiosa” en opinión de Benjamín Franklin.

Los vientos de la Ilustración que soplaron en la península con el establecimiento de la Casa Borbónica, tuvieron también su influencia en las lejanas colonias, aunque el liberalismo nunca pudo alzar cabeza en la metrópoli. Los liberales peninsulares se vieron aprisionados entre sus simpatías por las ideas de la Revolución Francesa y su repudio a la ocupación napoleónica. Vivieron su mejor momento con la constitución de las Cortes de Cádiz en las que, con participación de delegados y emigrados criollos, se voto la Constitución de 1812, pero fueron pronto barridos por la reacción absolutista de Fernando VII, el gobernante mas felón y canalla de la larga historia de la monarquía española.

La fuente liberal inglesa atraía a los criollos a través del pensamiento de Bacon, Newton, Adam Smith, Hobbes, Locke, y sobre todo Bentham, autor preferido de Bolívar, pero también gozaron de gran predicamento las instituciones y el régimen económico surgidos de la monarquía constitucional.

La influencia más persistente y amplia fue la de los pensadores y políticos franceses, Montesquieu Rouseau en primer lugar, así como todos los autores de la Enciclopedia publicada a mediados del siglo XVIII. Tampoco fueron desconocidas las arengas de Danton, Robespiere (a quien infortunadamente imito Castelli como comandante del primer ejercito auxiliar argentino en el Alto Perú) Saint Just y Marat. Los derechos del hombre fueron publicados por Antonio Nariño en Colombia, mientras el Canónigo Matías Terrazas divulgaba las obras de Voltaire en Chuquisaca y el Dean Gregorio Funes difundía a los enciclopedistas en Córdoba. No en vano escribía Simón Rodríguez, maestro de Bolívar en 1814: “Abramos la historia: y por lo que aun no esta escrito, lea cada uno en su memoria. La revolución de América fue una conmoción de la de Francia y aquella fue obra de las circunstancias”.

Hacia fines del siglo XVIII estas ideas se discutía en sesiones secretas de logias patriotas a lo largo y ancho del continente, y faltaba solamente un detonante que las hiciera estallar como petardos comprometiendo a sectores mas vastos del conglomerado social hispanoamericano. Ese detonante fue la ocupación militar de España por tropas francesas y el exilio consentido de Carlos IV y su desnaturalizado retoño, Fernando VII a Bayona.




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